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Lo que la humanidad mira en el hombre verdaderamente moral es su energía, es la exuberancia de la vida que le empuja a dar su inteligencia, sus sentimientos, sus actos, sin demandar nada en cambio.
El hombre fuerte de pensamiento, el hombre exuberante de vida intelectual, procura naturalmente esparcirla. Pensar sin comunicar su pensamiento a los demás carecería de atractivo. Sólo el hombre pobre en ideas, después de haber concebido una con trabajo, la oculta cuidadosamente para ponerle más tarde la estampilla de su nombre. El hombre de poderosa inteligencia, fecundo en ideas, las siembra a manos llenas; sufre si no puede compartirlas, lanzarlas a los cuatro vientos, en ello está su vida.
Lo mismo sucede en el sentimiento - "no nos bastamos a nosotros mismos, tenemos más lágrimas que las necesarias para nuestros propios dolores, más alegrias en reserva que las justificadas para nuestra propia existencia": - ha dicho Guyau resumiendo así toda la cuestión moral en líneas tan concisas, tomadas de la naturaleza. El ser solitario sufre, es presa de cierta inquietud porque no puede compartir sus ideas, sus sentimientos con los demás. Cuando sentimos un gran placer, querríamos hacer saber a los demás que existimos, que sentimos, que amamos, que vivimos, que luchamos, que combatimos.
Al mismo tiempo sentimos la necesidad de ejercitar nuestra voluntad, nuestra fuerza activa. Obrar, trabajar, llega a ser una necesidad para la inmensa mayoría de los hombres, tanto que, si condiciones absurdas alejan al hombre o a la mujer del trabajo útil, inventan trabajos, obligaciones fútiles e insensatas para abrir un nuevo campo a su actividad. Inventan cualquiera cosa - una teoría, una religión, un deber social - para persuadirse de que ellos hacen algo útil. Si bailan es por caridad, si se arruinan con sus tocados, es para mantener la aristocracia a su debida altura, si no hacen absolutamente nada, es por principio.
"Hay necesidad de ayudar a otro, empujar el pesado vehículo que arrastra trabajosamente la humanidad, cuando no se murmura en su derredor"; dice Guyau. Semejante necesidad de ayuda es tan grande que se encuentra en todos los animales por inferiores que sean; y la inmensa actividad que cada día se gasta con tan poco provecho en política, ¿qué es sino la necesidad de empujar el carromato o murmurar en torno suyo?
Ciertamente la fecundidad de la voluntad, la sed de acción cuando no va acompañada más que de una sensibilidad pobre y de una inteligencia incapaz de crear, dará un Napoleon I, o un Bismark, locos que querían hacer marchar el mundo al revés. Por otra parte la fecundidad del espíritu despojada, sin embargo, de sensibilidad, dará frutos secos, los sabios, que no hacen sino detener el progreso de la ciencia; y, en fin, la sensibilidad, no guiada por una inteligencia bastante cultivada, producirá mujeres prontas a sacrificarlo todo por una pasión cualquiera, a la cual se entregan por completo.
Para ser realmente fecunda la vida debe estar a la vez en la inteligencia, en el sentimiento y en la voluntad. Esa fecundidad en todas sus modalidades es la vida; la única cosa que merece tal nombre; por un momento de esta vida, quienes la han entrevisto dan años de existencia vegetativa. Sin esa vida desbordante, uno parece viejo antes de la edad, impotente, planta que se seca sin haber florecido nunca.
"Dejemos a los corrompidos del siglo esta vida que no es tal" - exclama la juventud, la verdadera juventud llena de savia, que anhela vivir y sembrar la vida en torno suyo. Y cuando la sociedad se envicia, un empuje venido de dicha juventud, romper los viejos moldes económicos, políticos, morales, para hacer germinar nueva vida. No importa que alguno caiga en la lucha, la savia sube siempre. Para él vivir es florecer, cualesquiera que sean las consecuencias, no las rehuye.
Pero sin hablar de épocas heróicas en la humanidad, sino tomándolo de la vida ordinaria, ¿es vida vivir en desacuerdo con su ideal?
En la actualidad óyese decir con frecuencia que se burlan del ideal. Se comprende. ¡Háse confundido tan a menudo el ideal con la mutilación budhista o cristiana; háse empleado tan a menudo esta palabra para engañar a los sencillos, que la reacción es necesaria y saludable!
También a nosotros nos gustaría reemplazar la palabra ideal, cubierta de tanta porquería, por una nueva palabra más conforme con las ideas modernas.
No obstante, cualquiera que sea la palabra, el hecho existe; todo ser humano tiene su ideal.
Bismark tenía el suyo, tan fantástico como se quiera: el gobierno por el hierro y el fuego. Todo burgués tiene el suyo, aunque sea éste la posesión de la bañera de plata de Gambetta, el cocinero Trompette y muchos esclavos para pagar a Trompette y comprar la bañera sin rascarse la oreja demasiado.
Pero, al lado de esos, está el hombre que ha concebido un ideal superior. La vida del bruto no puede satisfacerle; el servilismo, la mentira, la falta de buena fe, la intrigas, la desigualdad en las relaciones humanas, le sublevan. ¿Cómo puede convertirse en servil, mentiroso, intrigante, dominador a su vez? Entrevé cuán hermosa sería la vida si existiera más franqueza en nuestras relaciones; siente la fuerza que le impulsa a establecer esas relaciones con los que encuentra en su camino; concibe lo que se llama el ideal.
¿De dónde viene ese ideal? ¿Se forma por la herencia de una parte y las impresiones de la vida de otra? Apenas lo sabemos, todo lo más, podríamos hacer de nuestra propia vida, una historia más o menos verdadera. Pero vedle vario, progresivo, abierto a las influencias externas; más siempre vívido. Es una sensación, inconsciente en parte, que nos da la mayor suma de vitalidad, el goce de existir.
Pues bien, la vida es vigorosa, fecunda, rica en sensaciones, respondiendo a la concepción del ideal.
Obrad contra esa concepción, y sentís aminorarse vuestra vitalidad; no es ya única; pierde su vigor. Faltad con frecuencia a vuestro ideal, y concluiréis por paralizar vuestra actividad; pronto no volveréis ya a encontrar ese vigor, esa espontaneidad en la decisión que teniais en otro tiempo.
Nada de misterioso hay en cllo, una vez que miráis al hombre como un compuesto de centros nerviosos y cerebrales obrando con independencia. Fluctuad entre los diversos sentimientos que luchan en vos y llegaréis a romper en seguida la armonía del organismo; seréis un enfermo sin voluntad; la intensidad de la vida descenderá, y haréis bien en no comprometeros; no seréis ya el ser completo, fuerte, vigoroso que érais cuando vuestros actos se encontraban acordes con las concepciones ideales de vuestro cerebro.