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Y ahora digamos, antes de concluir, algo de esos dos términos procedentes de la escuela inglesa, altruismo y egoismo, con los que nos atruenan continuamente los oidos.

Hasta el presente no habíamos hablado de ellos en este sentido; es que no veíamos aún la distinción que los moralistas ingleses han intentado introducir.

Cuando decimos: "tratemos a los demás como nosotros quisiéramos ser tratados", ¿es el altruismo o el egoismo lo que recomendamos? Cuando remontándonos más alto, decimos: "La felicidad de cada uno está íntimamente ligada a la felicidad de todos los que le rodean; se puede tener algunos años de dicha relativa en una sociedad basada en la desgracia de los demás, pues esa dicha está edificada sobre arena: no puede durar; la cosa más insignificante basta para destruirla, y es infinitamente pequeña en comparación de la posible dicha de una sociedad igualitaria: además siempre que tú veas el bien general, obrarás bien"; cuando decimos esto, ¿es el altruismo o el egoismo lo que predicamos? Hacemos constar sencillamente un hecho.

Y cuando añadimos parafraseando una palabra de Guyau: "Sé fuerte, sé grande en todos tus actos, desarrolla tu vida en todas sus modalidades, sé tan rico como te sea posible en energía, siendo para ello el ser más social y más sociable si quieres gozar de una vida llena, entera y fecunda. Guiado siempre por una inteligencia ampliamente despejada lucha, arriésgate -el riesgo tiene también sus goces-, arroja tus fuerzas, sin contarlas mientras las tengas, en todo lo que creas ser hermoso y grande; y entonces habrás gozado la mayor suma posible de felicidad. Unete con las masas; y sucédate lo que quiera en la vida, sentirás latir contigo precisamente los corazones que amas, y latir contra ti los que menosprecies". Cuando decimos eso, ¿es el altruismo o el egoismo lo que enseñamos?

Luchar, afrontar el peligro, arrojarse al agua para salvar, no ya a un hombre, sino a un simple gato; alimentarse con pan seco para poner fin a las inquietudes que os sublevan, acordarse de los que merecen ser amados, ser amado por ellos, para un filósofo enfermo eso es quizá un sacrificio; pero para el hombre y la mujer pletóricos de energía, de fuerza, de vigor, de juventud, es el placer de vivir. ¿Es egoismo? ¿Es altruismo?

En general los moralistas que han levantado sus sistemas basados en la pretendida oposición del sentimiento egoista y el altruista han equivocado el camino. Si esa oposición existiera en realidad, si el bien del individuo fuera verdaderamente opuesto al de la sociedad, la especie humana no existiría; ningun animal habría podido alcanzar su actual desarrollo. No encontrando las hormigas un intenso placer en trabajar juntas por el bienestar de la colonia, ésta no existiría, y la hormiga no sería lo que es hoy, el ser más desarrollado entre los insectos; un insecto cuyo cerebro, apenas perceptible con el auxilio de una lente, es casi tan poderoso como el cerebro medio del hombre. No encontrando un intenso placer en sus emigraciones, en los cuidados que se toman para cuidar su prole, en la acción común para la defensa de sus sociedades contra las aves de rapiña, el pájaro no habría podido alcanzar el desarrollo a que ha llegado: el tipo pájaro habría retrogradado en lugar de progresar.

Y cuando Spencer prevé un tiempo en que el bien del individuo se confundirá con el de la especie, olvida una cosa, que si los dos no hubieran sido siempre idénticos, no hubiera podido cumplirse la evolución misma del reino animal.

Lo que ha habido en todo tiempo es que se ha encontrado, así en el mundo animal como en la especie humana, un gran número de individuos que no comprendían que el bien del individuo y el de la especie son en el fondo idénticos. No comprendían que siendo el fin del individuo vivir intensamente, encuentra en gran manera esta condición de la existencia en la mayor sociabilidad, en la más perfecta identificación de sí propio con todos los que le rodean.

Pero esto no era carencia de inteligencia, falta de comprensión. En todo tiempo ha habido hombres ruines, en todo tiempo ha habido imbéciles; pero en ninguna época de la historia ni aun en las geológicas, el bien del individuo ha sido opuesto al de la sociedad. En todo lugar han sido idénticos, y los que mejor lo han comprendido han gozado siempre de la vida mas completa.

La distinción entre el egoismo y el altruismo es, pues, absurda a nuestros ojos. Por eso no hemos dicho nada más de los compromisos que el hombre, a creer a los utilitarios, tendría constantemente entre sus sentimientos egoistas y sus sentimientos altruistas. Tales compromisos no existen para el hombre convencido.

Lo que hay realmente, es que desde el momento en que pretendemos vivir conforme a nuestros principios de igualdad, los vemos chocar a cada paso. Por modestos que sean nuestra comida y nuestro lecho, somos aun Rothschild en comparación del que duerme bajo los puentes, y que a menudo se halla falto hasta de pan seco; por poco que nos entreguemos a los goces intelectuales y artísticos, somos todavía Rothschild en comparación de los millones que tornan a la tarde embrutecidos por el trabajo manual, monótono y pesado, los cuales no pueden gozar del arte y de la ciencia, y morirían sin haber conocido nunca tan nobles satisfacciones.

Conocemos que no hemos apurado el principio igualitario; pero no queremos transigir con tales exigencias. Nos sublevamos contra ellas: nos aplastan; nos vuelven revolucionarios; no nos acomodamos a lo que nos subleva; repudiamos toda transacción con el armisticio, y prometemos luchar a todo trance contra estas condiciones sociales. No es posible transigir, y el hombre convencido no quiere que se le permita dormir tranquilo, esperando que esta sociedad cambie por si sola. Hénos al fin de nuestro estudio.

Hay épocas, hemos dicho, en que la concepción moral cambia por completo. Se observa que lo que se había considerado como moral, es la más profunda inmoralidad. Aquí, una costumbre, una tradición veneranda, pero inmoral en el fondo; allá, no se encuentra más que el provecho de una sola clase. Se les arroja por la borda y se grita: "Abajo la moral". Constituye un deber practicar estos actos inmorales. Saludemos estos tiempos, son tiempos de crítica, el siglo más seguro de que se hace un gran trabajo intelectual en la sociedad, la elaboración de una moral superior.

Lo que esa moral será, hemos tratado de formularlo, basándonos en el estudio del hombre y en el de los animales, y hemos visto la que se dibuja en las ideas dc las masas y de los pensadores.

Semejante moral no ordenará nada; rehusará en absoluto modelar al individuo con arreglo a ninguna idea abstracta, como rehusa mutilarlo por la religión, la ley y el gobierno. Dejará la libertad plena y entera al individuo, llegará a ser una simple demostración de hechos, una ciencia.

Y esta ciencia dirá a los hombres: Si no te sientes con  ánimo, si tus fuerzas se limitan a ser las necesarias para conservar una vida grisácea, monótona, sin fuertes emociones, sin grandes goces y también sin grandes sufrimientos, no te separes de los sencillos principios de la equidad igualitaria. En las relaciones igualitarias encontrarás lo que necesitas, la mayor suma de felicidad posible dadas tus escasas fuerzas; pero si sientes en ti el vigor de la juventud, si quieres vivir, si quieres gozar la vida entera, plena, desbordante -es decir, conocer el mayor goce que un ser viviente puede desear, sé fuerte, sé grande, sé enérgico en todo lo que hagas.

Siembra la vida en tu rededor, advierte que engañar, mentir, ser astuto, es envilecerte, empequeñecerte, reconoccrte débil desde luego; ser como la esclava del harén, que se cree inferior a su señor. Hazlo si te place; pero entonces ten presente que la humanidad te considerará pequeño, mezquino, débil y te tratará en consecuencia. No viendo tu energía, te considerará como a un ser que merece lástima, sólo lástima. No te quejes de los humanos si tú mismo paralizas así tu actividad.

Sé fuerte, por el contrario, y cuando veas una iniquidad y la hayas comprendido -una iniquidad en la vida, una mentira en la ciencia, un sufrimiento impuesto por otro- rebélate contra la iniquidad, la mentira y la injusticia. ¡Lucha! La lucha es la vida, tanto más intensa, cuanto más viva sea aquélla. Y entonces, habrás vivido; y por algunas horas de esta vida, no darás años de vegetación en el cieno del pantano.

Lucha para permitir a todos vivir esta vida rica y exuberante, y ten por seguro que encontrarás en esta lucha goces tan grandes como no los encontrarías parecidos en ningún otro orden de actividad.

Tal es cuanto puede decirte la ciencia de la moral: a ti toca escoger.


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