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La idea del bien y del mal existe en la humanidad. El hombre, cualquiera que sea el grado de desarrollo intelectual que haya alcanzado, por obscurecidas que estén sus ideas en los prejuicios y el interés personal, considera generalmente como bueno lo que es útil a la sociedad en que vive, y como malo lo que es nocivo.
Mas ¿de dónde viene esa concepción tan vaga con frecuencia que apenas podríasela distinguir de una aspiración? He ahí millones y millones de seres humanos que nunca han pensado en su especie. La mayor parte no conocen más que el clan o la família, difícilmente la nación - y aun más raramente la humanidad - ¿Como se pretende que puedan considerar como bueno lo que es útil a la especie humana, ni aun llegar al sentimiento de solidaridad con su clan a pesar de sus instintos estrechamente egoistas?
Tal hecho ha preocupado mucho a los pensadores de otros tiempos. Continúa intrigándoles, y no pasa año que no escriban algunos libros sobre este asunto. A nuestra vez vamos a dar nuestra opinión sobre las cosas: pero digamos de paso que si la explicación del hecho puede variar, el hecho mismo no permanece por ello menos incontestable; y aún cuando nuestra explicación no fuera todavía la verdadera, o que no fuera completa, él, con sus lógicas consecuencias para el hombre, siempre persistiria. Podemos no comprender enteramente el origen de los planetas que giran alrededor del sol; los planetas girarán, sin embargo y uno de ellos nos arrastra consigo en el espacio.
Ya hemos hablado dc la explicación religiosa. Si el hombre distingue entre el bien y el mal, dicen los hombres religiosos, es que Dios le ha inspirado esta idea. Util o nociva no admite discusión; no hay más sino obedecer a la idea de su creador. No nos detengamos en ella, fruto del terror y de la ignorancia del salvaje. Pasemos.
Otros, como Obbes, han intentado explicarla por la ley. Sería la ley la que habia desarrollado en el hombre el sentimiento de lo justo y de lo injusto, del bien y del mal. Nuestros lectores apreciarán por si mismos esta explicación.
Saben que la ley ha utilizado sencillamente las aspiraciones sociales del hombre para deslizarle, con preceptos de moral por él aceptados, órdenes útiles a la minoría de los explotadores, a los cuales rechazaba. Ha pervivido el sentimiento de justicia en lugar de desarrollarlo. Prosigamos aun.
No nos detengamos tampoco en la de los utilitarios. Quieren que el hombre obre moralmente por interés personal, y olvide sus sentimientos de solidaridad que existen cualquiera que sea su origen. Hay algo de verdad en ello, pero no es aun toda la verdad. Sigamos adelante.
Será siempre a los pensadores del siglo XVIII a quienes pertenecen la gloria de haber adivinado, en parte por lo menos, el origen del sentimiento moral.
En un libro soberbio, alrededor del cual la clerigalla ha hecho el silencio, y es, en efecto, poco conocido de la mayor parte de los pensadores, hasta de los antirreligiosos, Adam Smith ha puesto el dedo sobre el verdadero origen del sentimiento moral. No va a buscarlo en las ideas religiosas o místicas, lo encuentra en el simple sentimiento de simpatía.
Veis que un hombre pega a un niño; comprendéis que el niño apaleado sufre; vuestra imaginación hace sentir en vosotros mismos el mal que se le inflige, o bien sus lloros, su compugnida carita os lo dice; y, si no sois un cobarde, os arrojáis sobre el hombre que pega al niño, se lo arrancáis a la fuerza.
Este ejemplo por sí solo explica casi todos los sentimientos morales. Cuando más poderosa es vuestra imaginación, mejor podéis comprender lo que siente un ser afligido, y más intenso, más delicado será vuestro sentimiento moral, más compelido os veréis a substituir a ese otro individuo; con mayor agudeza sentiréis el mal que se le haga, la injuria que le ha sido inferida, la injusticia de la cual ha sido victima; mayor será vuestra inclinación a impedir el mal, la injuria, o la injustica; más habituado estaréis por las circunstancias, por los que os rodean, o por la intensidad de vuestro propio pensamiento y de vuestra propia imaginación a obrar en el sentido en que el pensamiento y la imaginación os empujan. Cuando mayor sea en vos este sentimiento moral, mayor predisposición tendrá para constituirse en hábito.
Eso es lo que Adam Smith, desarrolla con abundancia de ejemplos. Era joven cuando escribió ese libro infinitamente superior a su obra senil La economia política. Libre de todo prejuicio religioso, buscó la explicación en un hecho físico de la naturaleza humana: de ahí por qué durante un siglo la clerigalla con o sin sotana ha hecho el silencio alrededor de este libro.
La única falta de Adam Smith, está en no haber comprendido que tal sentimiento de simpatía, convertido en hábito, existe entre los animales al igual que en el hombre.
No desagrada esto a los vulgarizadores de Darwin, ignorando en él todo lo que no había sacado de Malthus; el sentimiento de solidaridad es el rasgo predominante de la existencia de todos los animales que viven en sociedad. El águila devora al gorrión, el lobo a las marmotas pero las águilas y los lobos se ayudan entre sí para cazar; y los gorriones y las marmotas de prestan solidaridad también contra los animales de presa, pues sólo los poco diestros se dejan expoliar. En toda agrupación animal la solidaridad es una ley (un hecho general) de la naturaleza, infinitamente más importante que esa lucha por la existencia, cuya virtud nos cantan los burgueses en todos los tonos, a fin de mejor embrutecernos.
Cuando estudiamos el mundo animal y queremos comprender la razón de la lucha por la existencia, sostenida por todos los seres vivientes contra las circunstancias adversas y contra sus enemigos, comprobamos que cuando más el principio de solidaridad igualitaria se desarrolla en un grupo animal, convertido en costumbre más probabilidades tiene de sobrevivir y salir triunfante de la lucha contra los elementos y contra sus enemigos. Cuanto mejor cada miembro de la sociedad comprende la solidaridad para con los demás, mejor se desarrollan en todos ellos esas dos cualidades que son los factores principales de la victoria y del progreso: de una parte el valor, y la libre iniciativa del individuo de la otra. Y cuanto más, por el contrario, tal colonia o tal grupillo de animales pierde ese sentimiento de solidaridad (lo que sucede a consecuencia de una excepcional miseria o bien de una gran abundancia de alimento) tanto más los otros dos factores del progreso -el valor y la iniciativa individual- disminuyen, concluyendo por desaparecer, y la sociedad en decadencia sucumbe ante sus enemigos. Sin confianza mutua no hay lucha posible, no hay valor, no hay iniciativa, no hay solidaridad, no hay victoria; es la derrota segura.
Volveremos algún dia sobre este asunto, y podremos demostrar, con lujo de pruebas, como en el mundo animal y humano, la ley del apoyo mutuo es la ley del progreso; y como el apoyo mutuo, cual el valor y la iniciativa individual, que de él provienen, aseguran la victoria a la especie que mejor lo sabe practicar. Por el momento nos bastará hacer constar el hecho. El lector comprenderá por sí mismo toda su importancia en la cuestión que nos ocupa.
Imaginese ahora ese sentimiento de solidaridad obrando a través de los millones de edades que se han sucedido desde que los primeros seres animados han aparecido sobre el globo; imagínese como ese sentimiento llegaba a ser costumbre y se transmitia por herencia desde el organismo microscópico más sencillo hasta sus descendientes - los insectos, los reptiles, los mamiferos y el hombre -; y se comprenderá el origen del sentimiento moral que es una necesidad para el animal, como el alimento o el órgano destinado a ingerirlo.
He ahí, sin remontarnos más lejos (pues aquí nos seria preciso hablar de los animales complicados, originarios de colonias de pequeños seres extremadamente sencillos) el origen del sentimiento moral. Hemos debido ser en extremo concisos para desarrollar estra gran cuestión en el espacio de algunas paginas; pero eso basta ya para ver en ello que no hay nada de místico ni sentimental. Sin esa solidaridad del individuo con la especie, nunca el mundo animal se hubiera desarrollado ni perfeccionado. El ser más adelantado en la tierra, sería aún uno de esos pequeños grumos que flotan en las aguas y que apenas se perciben con el microscopio. Ni aun existirían las primeras agregaciones de células: ¿no son ya un acto de asociación para la lucha?